Numa, de 31 años, fue diagnosticada a los 24 con un trastorno mental, bipolaridad del tipo 2. Hasta entonces, solo había escuchado el término cuando hablaban del clima de Quito. Pero, la realidad fue mucho más dura, pues la depresión se apoderó de su vida, haciendo de cada día una batalla. Después de un intento de suicidio, regresó al trabajo tras dos semanas de recuperación. La institución no le ofreció ajustes en su horario ni facilidades para atender sus citas médicas, a pesar de las recomendaciones médicas.

Peor aún, descubrió que sus compañeros conocían detalles personales de su situación médica. Aunque se esforzó por mantener el ritmo de trabajo, el impacto del tratamiento afectó su rendimiento. Meses después fue despedida, lo que la llevó a abandonar el tratamiento psiquiátrico.

En busca de un nuevo comienzo, Numa ingresó al sector público en un cargo de coordinación, pero su bipolaridad seguía sin controlarse. Sufrió una crisis hipomaníaca que la llevó a un segundo intento de suicidio. Aunque la institución le ofreció apoyo y flexibilidades tras su recuperación, el estigma y la discriminación de sus compañeros persistieron. Al sentirse vulnerable y expuesta decidió renunciar.

Con el tiempo, Numa logró estabilizarse gracias a un tratamiento adecuado y un cambio profundo en sus hábitos. Sin embargo, al iniciar un nuevo trabajo, mantuvo en secreto su condición. Tenía temor de ser juzgada y no ser vista como alguien “normal”.

Al igual que Numa, muchas personas con trastornos mentales diagnosticados enfrentan desafíos significativos en su entorno laboral. Reconociendo esta realidad, en 2024, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dedica el Día Mundial de la Salud Mental (10 de octubre) a la reflexión en el trabajo. Esta iniciativa busca visibilizar las repercusiones de la salud mental en la productividad y el bienestar de las personas.

Salud mental y el trabajo
Una de cada ocho personas tiene un trastorno mental. Sin embargo, muchas no están diagnosticadas y otras se niegan a tratarse por el estigma y discriminación que puede generar. Esta situación empeora en países de renta media y baja. Se estima que hasta el 85% de personas con trastornos mentales en estos países no cuentan con atención médica.

Por otro lado, la OMS considera que cada año se pierden 12.000 millones de días laborales a nivel mundial por los padecimientos mentales. Además, la depresión y la ansiedad son causas frecuentes para el ausentismo laboral. Existen avances importantes a nivel legal y social en ese tema. sin embargo, aún hacen falta medidas más integrales para mejorar la calidad de vida de las personas y la productividad de los trabajadores.

El Mgtr. Emilio Salao es psicólogo e investigador del Instituto de Salud Pública de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Comenta que las estructuras en las formas de trabajo son cada vez más complejas provocando el “sufrimiento” generalizado de los trabajadores.

“El término «multitasking» originalmente se usaba para describir las capacidades de los sistemas operativos y las máquinas. Sin embargo, con el tiempo, este concepto ha comenzado a aplicarse también a los seres humanos. Lo que antes describía una característica de las máquinas, ahora se utiliza para definir una habilidad de las personas”, destaca Emilio.

Agrega que inclusive las personas con antecedentes familiares estables y buena salud mental pueden experimentar un deterioro. Esto debido a las dinámicas institucionales y los ambientes laborales. En algunos casos derivan en trastornos mentales.

¿Un trastorno mental es discapacitante?
En algunas legislaciones y sistemas de salud como los ecuatorianos, los trastornos mentales ya se consideran causantes de discapacidad psicosocial. Esto se debe a que quienes los padecen pueden enfrentar dificultades para realizar tareas cotidianas, reduciendo significativamente su autonomía.

De hecho, el 5,13% de las personas registradas con discapacidad en Ecuador tienen un trastorno mental. De ellas, el 20% presenta un grado de discapacidad severo o extremo con predominio en el rango de edad de 30 a 64 años. Es decir, especialmente durante la vida laboral de los individuos. Así lo revelan datos de 2021 del Consejo Nacional para la Igualdad de Discapacidades (CONADIS).

Con el Manual de Calificación de la discapacidad se introdujeron parámetros para el reconocimiento integral de la discapacidad en Ecuador. Este enfoque considera la interacción entre el entorno y la persona, superando el modelo exclusivamente clínico.

Por otro lado, aunque el país cuenta con la Ley Orgánica de Salud Mental, aún existen vacíos importantes. Por ejemplo, la falta de cobertura efectiva para la atención de trastornos psiquiátricos por parte de las aseguradoras. Además, hacen falta planes integrales para la inclusión y reintegración laboral. Aunque Numa conocía la normativa, en su experiencia práctica no se cumplía.

Por ello, Emilio considera que aún no se supera la perspectiva psiquiatrizante. Es decir, el paciente no cuenta con un tratamiento integral que incluya nutrición, planes de entrenamiento físico, actividades creativas, etc. Eso aún dificulta una inserción efectiva en la vida social y laboral de las personas con trastornos mentales.

“La inclusión laboral debe basarse en una comprensión integral de las personas con trastornos psiquiátricos. Mientras no realicemos un estudio nacional que examine la realidad psicológica de los ciudadanos ecuatorianos, no podremos desarrollar políticas adecuadas”, indica el experto.
Aún resta camino por recorrer
Emilio percibe que los departamentos de Talento Humano se han humanizado. Es decir, que comprenden las particularidades de los individuos e intentan, en medida de las posibilidades institucionales, responder a ellas. Para él, un paso importante es la interdisciplinariedad en los equipos. Los trabajadores sociales pueden ser de gran ayuda al momento de la adaptación de una persona con discapacidad psicosocial en el entorno de trabajo.

En ese sentido, la OMS publicó unas directrices generales para el cuidado de la salud mental en los entornos laborales. Adicionalmente, definió tres líneas de acción para el apoyo a trabajadores con problemas de salud mental:

Ajustes razonables en el trabajo. Esto incluye la flexibilización de horarios y permisos para atención médica continua.
Programas de reincorporación laboral. La incorporación inmediata tras un período de internamiento puede ser abrupta, lo que genera frustración y pérdida de productividad. Por ello, es recomendable implementar un plan que facilite una reintegración efectiva.
Empleo con apoyo. Lo ideal sería contar con trabajadores sociales o psicólogos que realicen un seguimiento personalizado de cada colaborador. Sin embargo, esto no siempre es factible en la realidad institucional, especialmente en países como el nuestro. Es fundamental, dentro de lo posible, brindar seguimiento a las personas con trastornos en los entornos laborales.

Numa tuvo la oportunidad de contar con adaptaciones en su lugar de trabajo. No obstante, el estigma y la discriminación de sus compañeros fue determinante para el deterioro de su salud. Por ello, Emilio considera que es importante también el cambio de cultura institucional y las lógicas de productividad en las empresas. Esto permitirá mayor bienestar para los trabajadores, especialmente para las personas con trastornos mentales.

Trastornos mentales «invisibles»
Si alguien tiene un 80% de ceguera o una dificultad severa para movilizarse, nadie dudaría de la autenticidad de su condición. La reducción de capacidades es evidente. Sin embargo, con los trastornos mentales, la situación es distinta, al no ser visibles, persiste la creencia de que no existen.

Por ello, es importante reiterar la necesidad de un tratamiento integral pues muchas personas con trastornos diagnosticados sufren problemas de salud adicionales. La OMS estima que una persona con un trastorno fallece en promedio 20 años antes de la media debido a problemas físicos como diabetes o hipertensión.

Sin embargo, muchas personas con trastornos mentales como ansiedad generalizada o bipolaridad viven plenamente. Con un tratamiento adecuado y hábitos saludables pueden desarrollarse con total “normalidad”. Además, Emilio señala que nadie está exento de sufrir algún desequilibrio psíquico a lo largo de su vida. Por ejemplo, una persona puede enfrentar una pérdida y caer en un estado profundo de depresión.

Las condiciones mentales no tienen por qué ser un tabú o un estigma. Numa agradece haber nacido en esta época histórica. Comenta que pese a los desafíos es mucho más fácil hablar con otras personas de depresión y ansiedad.

“Es importante reconocer que somos un país plurinacional e intercultural, lo que implica entender las particularidades psíquicas de nuestras comunidades. Como decía Claude Lévi-Strauss, lo que puede ser llamado un loco en un lugar puede ser un sabio en otro. Nuestra lógica occidentalizada tiende a excluir las particularidades psíquicas. Esta exclusión implica que las personas no participan plenamente en procesos sociales como la educación, la salud y el trabajo”, dice Emilio. (I)

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